lunes, 4 de abril de 2011

¿Por qué nos cuesta tanto pedir ayuda?

Supongo que hay una enfermedad laboral propia de los creadores, una tara -como los callos en pulgar e índice de los dibujantes, o la forma de andar de los bailarines-, que por desgracia no tratan en la seguridad social. Me refiero -redoble-de-batería- al ORGULLO.

No digo que los escritores, los músicos, los escultores y demás artistas sean mala gente. Que, aunque de esos haya, nunca compartiré más de un par de aceitunas con ellos. El orgullo al que me refiero, el orgullo del artista, es un mecanismo de autoprotección que, en cierta medida, tiene cierto sentido cuando se habla de un colectivo en el que, paradójicamente, la falta de autoestima y la sensación de incomprensión abunda.


Y la soledad... ¿qué decir de la soledad?... En lo que respecta al proceso creativo, es fácil que el autor se vuelva autista, con dos posibles degeneraciones:

  1. Si nunca llegan a ver la luz sus obras, proseguirá su vida paralizado ante cualquier pregunta sobre el cómo, el porqué y el ¿qué has querido decir? Acaso hablará consigo mismo, y algo sanará. Pero quedará con la sensación de que el resto de artistas y los demás humanos no pueden entenderle ni ayudarle, que la creación es y será siempre algo completamente personal  e incompatible con las explicaciones, teorizaciones, aprendizajes y, por desgracia, con las mejoras. Es lo que es (para él o para ella), ¿qué sentido tiene predir consejo a nadie?
  2. Si consigue publicar, o al menos hacerse con un grupo de admiradores, es probable que la fase de tartamudez se vaya diluyendo a medida que aumente su práctica en charlas, conferencias, artículos o ensayos sesudos. Y no voy a hablar de los casos más graves de la enfermedad, los que aquejan a los que son objetos de una tesis, los que reciben un premio de los llamados importantes, los que se convierten en críticos o ensayistas, y los que presentan programas sobre libros. Sin llegar a tales extremos, es normal que el orgullo se convierta en pedantería, en autobombo, en mistificación del proceso creativo. Obviamente, esta raza de dioses y semidioses nunca pedirán consejo. En todo caso, a lo mejor, darán alguno, posiblemente intentando que sea estético o provocador, mayormente inútil, y con el claro mensaje entre líneas de "pregunta lo que quieras, pero un verdadero artista no aprende a serlo: es un don".
Puede que parezca muy exagerado. Y es que sí, lo soy, y el caso es que me divierte. La vida, tan luminosa e iluminadora, me ha permitido ver por el camino a verdaderos artistas, tanto reconocidos como desconocidos. Y, en mi opinión, todos han compartido dos características claves: una jocosa humildad (que no falsa modestia), y una curiosidad insaciable. Tanto, que cuando estás con ellos te trasmiten la sensación de que eres tú el centro de la conversación, que están agradecidos por tu compañía, que están recibiendo más de lo que te están dando. Todo lo cual, por otra parte, suele ser cierto: el verdadero creador, el que es y hace feliz a los demás, tiene más preguntas que respuestas, y nunca, nunca, deja caer al suelo ningún consejo.

Bueno. Después de esta disquisición filosófica que me ha salido sin pretenderlo, voy a mis locuras. Ayer hice una que tiene mucho que ver con esto:


Como todas mis locuras -porque uno es un loco con un plan, como los villanos de los tebeos de superhéroes-, está totalmente relacionado con www.comoescribir.com. Y es que, como explico en la página, mi magalomaníaco proyecto es que "Cómo Escribir" sea la nave nodriza de la que vayan saliendo expediciones a todos los puntos cardinales de la rosa de los vientos de la creación; que conquistemos entre todos un continente para los creadores constructivos, para los de verdad. Un continente universitario, en el que cada uno encuentre su carrera, con todos los materiales para ser feliz viviendo: desde el mismo principio hasta la publicación, desde la lectura de formación hasta los recursos de documentación, desde la inspiración hasta la puesta en escena.

Y tengo la loca certeza de que lo vamos a conseguir entre todos. Porque, ¿a que tienes muchas preguntas que hacer? Pues ya sabes:

Sinceramente tuyo,
Pablo...

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