lunes, 23 de mayo de 2011

Ni en mis mejores sueños...

...hubiera imaginado vivir lo que estoy viviendo en estos últimos meses. Fíjate que incluso me estoy replanteando la idea de que a lo mejor el trabajo no es tan malo como había pensado :-P

No debería estar aquí, "perdiendo el tiempo", pero pese a lo mucho que escriba a lo largo del día, siempre quedan cosas por decir. Y ésta sólo la podía contar aquí con la tranquilidad de que sólo llegue a los ojos que sepan mirar.

Hoy me he salido a comer, como otros días, porque en los últimos tiempos es la única ocasión que tengo de que me dé el aire y de hablar y escuchar con mi barrio. Para variar, como no quería dejar lo que estaba haciendo a medias, se me ha hecho tan tarde que no estaba seguro de que me fueran a dar algo. Siempre se me olvida que entre amigos nunca me va a faltar un plato en la mesa.

Después de comer, como también viene siendo rutina en los últimos tiempos, he invadido una mesa con mi pila de carpetas y papeles, y he salido a la puerta del bar para fumarme el cigarro del café y pensar en lo afortunado que soy. Me ha saludado un señor al pasar y le he devuelto el saludo con una sonrisa. Minutos después me enteraré que es el padre de uno de mis descubrimientos recientes, el admirable coleccionista de citas que, al poco de conocernos, me enseñaba orgulloso sus tres cuadernos Moleskine de grapas. En éstos, con una caligrafía preciosa, que tuvo que reinventar después de estar un mes en coma por un accidente, realizaba su enciclopédica labor. Por el simple placer de hacerlo.

Se me ha acercado el camarero, que ha aprovechando uno de los escasos momentos de tranquilidad para compartir un poco de humo conmigo. Quién me iba a decir hace unos meses que, ironías de la vida, se había pasado la mayor parte de la suya trabajando en el sector editorial. Serendipias, serendipias... los compases de la realidad...

Un poco por pereza, un poco por salud, he dejado mis cosas donde estaban y me he sacado el café a la terraza. El bochorno y la digestión me tenían algo atontado, pero en mi cabeza no dejaban de planear ideas para escribir en cuanto recuperara un poco las fuerzas. Catorce escritoras y dos escritores maravillosos estaban esperando que les escribiera. Y, mientras lo hacían, no dejaban de mandarme muestras de cariño, de amor, de complicidad, de comprensión... de luz. Una luz que cegaría hasta a Stevie Wonder. ¿Cómo iba a poder estar a la altura de tanta bondad, de tanta belleza, de tanta hambre de sueños, de tanta fuerza? Yo, con mis grietas, con mis debilidades, con mis propios fantasmas...

He apartado ese pensamiento tan feo y me he metido en el bar a continuar escribiendo lecciones para mis amigos. ¿Escribiendo lecciones YO? ¿Para ELLOS? Algo debía de haberse vuelto loco en el mundo, cuando se permite a alguien como yo la soberbia de dar lecciones. Uno de ellos, una mujer maravillosa, me decía el otro día que para ser escritor había que ser un poco soberbio, y que ella no quería serlo. ¿Entonces? ¿A qué grado de soberbia tiene que llegar uno para, no sólo considerarse escritor, sino ENCIMA creer que es capaz de ayudar a otros a escribir mejor?

Otro pensamiento que apartar. No podía permitirme caer en esa dinámica tan lastimosa y autodestructiva. A ver, siguiente tema: "El texto al desnudo...". El bolígrafo corre con pericia por el papel. Me resulta tan natural que podría hacerlo sin mirar. ¿Sería cierto que dentro de mí hay algo que es capaz de ayudar a los demás? Es una creencia intermitente en mi particular religión unipersonal...

Poco a poco, siento como los párpados me pesan cada vez más. ¿Cómo podría ser posible? No había dormido mucho, pero tampoco menos de lo habitual. Y el día lo he empezado a las siete de la mañana conociendo a la única alumna que aún no conocía. La dulzura de su voz, llegándome desde un lugar situado a miles de kilómetros de distancia, y la ilusión de su compromiso me han alimentado más que el café del desayuno. ¿No es una forma estupenda de comenzar el día? La mañana ha sido muy productiva, aunque menos de lo que me hubiera gustado. Por eso tenía que trabajar toda la tarde, ¡no podía dormirme!

Pero ha sido completamente inútil resistirme: he recogido todos mis aperos, me he despedido, y he vuelto a casa con la intención de dar una cabezada. Casi nunca duermo siestas, pero algo en mi cuerpo me pedía cerrar los ojos y tumbarme.

Cuando he recuperado la consciencia ya había pasado la medianoche. ¡Maldita sea! Una vez más iba a fallar a quien menos quería fallar, y a quien menos se lo merecía... Un nubarrón se me ha enganchado entre las cejas: soy un fraude. Al final les voy a defraudar, no voy a tener fuerzas para ayudarles...

Sin levantarme de la cama, he alcanzado el móvil, esperando una avalancha de correos de impaciencia porque no había subido los módulos de casi nadie; o porque algo no funcionaba bien en el aula virtual; no sé...

Pero, ¿sabes qué es lo que me he encontrado? No lo podía creer. Yo planteándome (aunque flojito) tirar la toalla, y mi buzón de entrada estaba lleno de muestras de agradecimiento, de cariño, de empatía, de confianza, de amor, de belleza... Me felicitaban por haber creado algo que, en el fondo, han creado ellas. Y, con toda la sinceridad y naturalidad del mundo, como a lo mejor sólo lo harían con sus mejores amigos, compartían lo que estaba resultando a ellas la experiencia del taller. Me ha costado no llorar, porque maldito el día en que aprendí a hacerlo, pero me he llenado de un calor indescriptible...

¿Cómo, ni el más optimista de los hombres, podría esperar algo así? Se ha creado un organismo multicelular en el que el conjunto es mayor que cualquiera de las partes. Y tengo la inmensa fortuna de formar parte de él. No como profesor, sino como otra célula más, con su función específica.

¿Qué haces cuando te despiertas de madrugada sabiendo que por la mañana tienes que estar al 200% la más temprano posible? No he podido dejar de responder alguno de los mensajes. Y, además, he sentido la necesidad de seguir escribiendo. Creo que las emociones hay que dejarlas crecer, y que escribirlas las ayuda a hacerlo. Así que héteme aquí, casi a dos horas de que suene el despertador, tratando de construir a base de cientos de palabras un "¡GRACIAS!" lo más grande posible...

Ni en mis mejores sueños hubiera sabido que era posible vivir lo que estoy viviendo gracias a todos y cada uno de los que forman parte del taller de "¡Puedo Escribir!".

¿Qué más puedo decir? Que soy una feliz celulilla gracias a ti. Y que haré todo lo que esté en mis manos por no decepcionarte.

PD: Amigos de "Cómo Escribir", no me he olvidado de vosotros para nada. Tengo cinco artículos preparados para el blog. Y otro para otra revista, que afortunadamente no me está metiendo prisa. Seguid haciendo uso de la comunidad y los foros: presentaros, compartid escritos, lanzad preguntas, promocionaros, buscar con quién crear un proyecto conjunto, jugad a las historias encadenadas... y no me olvidéis a mí tampoco.

3 comentarios:

  1. ME ha gustado leerte. Me ha gustado leer tus miedos y tus dudas, y cómo te sobrepones a ellos. Me ha gustado ver cómo abandonas el autodesprecio y lo sustituyes por trabajo y una actitud positiva.
    Debería seguir tu ejemplo... :)

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  2. Cualquiera con un mínimo de vivencias es capaz de enseñar las lecciones aprendidas de lo vivido y tú no has tenido pocas precisamente ;)

    Aunque yo, por encima de un hábil maestro, a quien más me enorgullezco de haber conocido es a una excelente persona.

    Un abrazo.

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  3. Adriana, mil gracias por tu amable comentario. Es un placer tenerte por aquí :-)

    Yogur: ¡Tú sí que eres una excelente persona! No te imaginas lo que me alegro de haberte conocido :-) Y que conste que no se me olvida que tenemos temas pendientes, ¿eh?

    ¡Un montón de besos y abrazos para ambos!

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